CUANDO ME CAÍ DE LA LUNA

Cuando me caí de la luna desaparecí de la mirada de los pájaros. Los coches blancos eran transparentes y los rojos estallaban al cadencioso compás de las armonías de la partita número dos en do menor de Johann Sebastián Bach.

Eran tan turbias las aguas donde me ahogaba, que solo la luz de unos ojos azules penetró el pesado manto. Toque su mano para comprobar cuán suave es la piel de un ángel.

Mi desesperación  forjó la libertad de morir en un solo chasquido de dedos. La calma  no volvió a realizar el ejercicio mental de ser al mismo tiempo la suerte y la victoria alada semidesnuda.

En este mundo selenítico la sangre me dejó sordo y ciego. Olvidé respirar durante todo el trayecto hacia la nada, aun habiendo estado antes en ella. Quedé tendido desnudo y solo en tierra de lobos. Me asesinaron por desconocer su idioma. Los cuervos me reconocían como uno de los suyos. La locura es lo más semejante a la pura esencia del amor.

Ausente de uno mismo conquistas el paraíso perdido de los temerosos y de los invisibles. La luna confió en mi nacimiento tras mis gritos. Cuando todos se fueron me vi sonriendo a los gatos.

Nadie ha vuelto vivo de la cara oculta de la luna. Al partir de su superficie me lleve mi cuna y mi mortaja. Los círculos se comprimen creando universos donde hay más lunas que locos. Las aristas brillan dentro de otros tantos círculos imperfectos.

Pase las noches de humo jugando con la constelación de Orión a ver quién podía contener más tiempo la respiración, siempre perdí. Después de ese tiempo resquebrajado volví a sentir la presencia    del resplandor azul que siempre estaba presente. Amaneció y como única certeza estaba la esperanza del reencuentro.

Seguía sordo y ciego, pero la imprecisa oscuridad se disipaba a cada palabra dicha.

Un día vi sonreír a un girasol, aunque es difícil  creer a un tipo  con una mente permanentemente presente. El olor a humo no podía borrar la realidad  suprema de que esa circunstancia era distinta a otras más comunes.

Valió la pena coincidir conmigo mismo en ese momento, en este latido de tiempo y en el ángulo exacto de esta mirada luminosa a través del espejo.

Como Alicia, yo me precipité abruptamente  en una madriguera .No encontré ningún conejo blanco, ni una reina roja y el sombrerero  loco era el tipo más cuerdo al que pedir consejo.

La pregunta más importante es contestada con otra pregunta. ¿A que teme más la reina blanca, a sus preguntas estúpidas o a sus respuestas sabias? ¿Tú sabes quién eres?

Lo que es innegable, es que no podre perder lo que nunca he tenido.

Soy el camino, el caminante, el destino y el punto de partida.

Una cosa está clara, siempre el azul será mi color favorito y si surge alguna tribulación, pediré consejo sin dudarlo un solo instante a los girasoles.

 

Autor: El gusano exquisito.🎩