Aviso importante:» El siguiente artículo es un intento utópico de exponer unas ideas que nunca se llevaran a cabo, ni en este país, ni en ningún otro; debe leerse con la inocencia del infante que le habla a su gato Peterson, como si este supiese que carajos significa ¿quién te quiere a ti?
La naturaleza circular de todo lo perceptible es una verdad fácilmente demostrable. El futuro y el pasado son la misma cosa, la muerte y el nacimiento también están constituidos por una esencia semejante y una estrella cualquiera del universo está formada por los mismos ladrillos que un melocotón en almíbar.
Dicho esto, es un ejercicio de sabiduría y de aprovechamiento de los recursos vitales el echar la vista atrás para hallar soluciones a problemas comunes que se repiten hasta el infinito como demandando soluciones a veces tan obvias, que son como canes royéndonos las tabas.
La historia está llena de ejemplos vivificantes y esclarecedores de como la existencia se reduce a unos puntos, que no voy a exponer ahora, pero que todos, aún el individuo más primario sabe reconocer, a poco que reflexionen delante de un Cola Cao con churros.
El ser humano es como un gorrino olisqueando trufas debajo de un roble, si no encuentra el rastro de su bocado favorito al primer intento, dará vueltas y más vueltas hasta que satisfaga sus deseos, por lo tanto, volvamos como humanidad sobre nuestros pasos para obtener respuestas que otros hallaron antes, emulando al ser de cuyos andares escribieron literatos pretéritos.
Pongámonos en antecedentes:
En la ciudad de Pérgamo aproximadamente en el siglo IV antes de nuestra era, existía una institución llamada el Asclepion, donde mediante ceremonias religiosas y terapias que en nuestros días algún lumbreras ha redescubierto con gran algarabía por su parte, se trataban (con resultados sorprendentes, si tenemos por ciertas las crónicas de los eruditos contemporáneos), las enfermedades más diversas, incluidos los padecimientos del alma.
En esta época prehipocrática, el contacto con los dioses era tan común, que hablar de tu a tu con Aristeo sobre las propiedades de la miel y departir poco después con un pastor de cabras sobre cómo maduran sus quesos en su cueva, era parte del día a día.
En la llamada “incubatio” se conducía al paciente a un lugar específico donde este podía dormir como sumergido en un útero silencioso y reconfortante ajeno a todo, donde soñaría; para poco tiempo después de renacer al mundo de la vigilia consciente, se interpretarían las visiones de ese mundo, que es posible que sea la realidad que tanto tenemos.
En ese centro de reparación holística que al parecer eran esos enclaves curativos, se empleaban un amplio abanico de posibilidades terapéuticas, desde baños, masajes, infusiones y tisanas de hierbas cuidadosamente seleccionadas, lo que al parecer era un intento sin ambages de no descartar a priori ninguna idea con el sano propósito de recobrar la salud perdida.
Una de las «terapias» que eran ineludibles para todos los individuos que solicitaban en esa institución un remedio para los males que les aquejaban era el teatro.
Como pueden ver no hay nada nuevo bajo el sol.
Alguna mente preclara ya dio suelta a sus meninges e implemento unos procedimientos sanadores que hoy creemos innovadores, pero que son más viejos que el hilo negro.
En el caduceo de Hermes, que es el símbolo universal del oficio médico, se pueden ver dos serpientes enroscadas que simbolizan el cambio que debe realizarse para recobrar el equilibrio perdido, que es, ni más ni menos, que un recordatorio de lo que significa sanar.
El motivo de la redacción de este artículo era en un principio plantear una serie de ideas en lo referente a los protocolos que se aplican en el campo de la salud mental, lo cual conllevaría escribir unos cuatrocientos tomos solo para el prólogo y una breve introducción.
La primera parte del articulo venía a colación de la necesidad de ampliar la panoplia de terapias (haciendo hincapié en las menos disruptivas para el paciente) para brindar un apoyo real y continuado para fortalecer las propias aptitudes del receptor de las mismas, con la fundada esperanza de que la cura de sus males es endógena y no se encuentra en los laboratorios de los mercaderes de las desgracias ajenas.
Para cerrar este artículo breve y profundamente inconcluso, expresaré mi más profundo desprecio a los que me quisieron convertir en un florero.
Jamás se debería permitir que un individuo perdiese su condición humana, su libertad de acción y su derecho a expresar su ira.
Sin una sinergia global entre todas las instituciones que forman la sociedad, el tratamiento de las enfermedades mentales es una entelequia.
PD: ¿Quién puede ser tan arrogante para determinar que alguien esté loco? La respuesta es…otro loco.
Fdo. EL SUICIDA CUÁNTICO