Entré en una sala con las paredes blancas, en la que había unas perchas blancas con dos batas blancas colgadas. Frente a un escritorio blanco con un ordenador blanco, había un ser blanco que me hizo un gesto para que me sentara en una de las sillas que había frente al escritorio blanco. El ser blanco tecleo acelerado en el ordenador con dos dedos blancos que sobresalían de unas manos pequeñas y gordas enfundadas en unos guantes blancos. Por un momento pensé que esas manos gordas y pequeñas podían ser mi conexión con el ser, ya que mis manos tienen la misma fisonomía.
El ser me hizo unas anodinas preguntas de rigor y me pidió que me desnudara de cintura para abajo y me pusiera en una camilla a la que habían colocado un papel blanco con un empapador blanco. Respiré muy despacio dos veces antes de hacerlo. Respiración diafragmática. Uno, dos, tres y cuatro, inspiro. Uno, dos, tres y cuatro, mantengo la respiración. Uno, dos, tres y cuatro, expiro. Uno, dos, tres y cuatro, mantengo la apnea antes de empezar un nuevo ciclo. Me quito el pantalón y las bragas y me intento colocar en la camilla con el papel blanco, el empapador blanco y unas sujeciones para las piernas que la hacían parecer un potro de tortura.
El ser blanco me habla, sin mirarme a los ojos: baja más, más, todo lo que puedas. Mi pulso empieza a acelerarse ante la seguridad de que debía someterme a la prueba. Al reposar la espalda en la camilla con el papel blanco y el empapador blanco, miro hacia el techo blanco, con un fluorescente con una luz blanca cegadora. Por instinto, cierro las piernas con los pies apoyados en los estribos del potro de tortura. Giré la cabeza para mirar de frente, ya que el techo blanco con el fluorescente blanco estaba estresándome. Traté de buscar sus manos, pero me encontré unos ojos vacíos, sin ternura, sin empatía, sin nada. El ser me dijo que abriera las piernas, que me dolería menos. Abrí las piernas a lo inevitable del momento. De pronto, un ser verde, lleno de dulzura entró en la habitación. Se acercó a mí y yo aferré mi mano a la suya como quien se aferra a un salvavidas en un naufragio. Sentí el placer de quien, tras un largo tiempo bajo el agua, siente la presión en el pecho que le anuncia que se va a desmayar y de pronto nota una mano que le saca a la superficie y respira, respira, respira. Respira como si todo el aire de la atmósfera fuera poco para lo que necesita.
Entonces pienso en la mano del ser verde, mientras con la postura del pollo antes de ser asado, dejo de ser algo material y me transformo en mente para poder soportar el dolor, la humillación y el desprecio.
El ser blanco recoge unas muestras, mientras comenta que me tengo que controlar, que los enfermos mentales llevamos muy mal estas pruebas. Tú recuerdas las veces que pensaste que eso era normal y no lo era. Las veces en las que sentiste un dolor parecido y te echaron la culpa. Las veces que te dañaron y destruyeron tu autoestima. Las veces que quisiste gritar y no te dejaron.
El ser verde, limpia una lágrima que recorre tu mejilla izquierda y te ayuda a levantarte de la camilla con un papel blanco y un empapador blanco. Y al levantarte ves en el suelo una mancha roja sobre un suelo blanco. Y por un momento, esa mancha roja sobre el suelo blanco te reconforta, te hace sentir viva. Lo peor ya ha pasado.
Ana I. Gutiérrez.