¿Alguna vez os habéis cruzado con alguien o habéis visto a alguien en televisión o periódicos y habéis imaginado cómo será su vida?
Durante este verano, las personas que participamos en el Servicio de Asistencia Personal hemos realizado este ejercicio de imaginación, aportando cada una de nosotras nuestra creatividad para conformar una historia en común.
¿Queréis ver cómo nos ha quedado? Os invitamos a leerla, y mucho más aún a poner en práctica la creatividad, sacar a la luz nuestra imaginación, integrar las ideas individuales en proyectos colectivos y, por supuesto… ¡pasar un buen rato poniendo a funcionar nuestro cerebro!
¡Esperamos que os guste!
“Una noche estrellada, en un pueblecito de Castilla nació una niña a la que sus padres llamaron Ana. Ella crecía muy feliz y contenta en su pueblo, ya que no le faltaba la luz del sol, de las estrellas y de la luna. Pasaba los días paseando, disfrutando al aire libre y jugando con su perrita. Un día, estando en el campo, se puso a llover y se sorprendió mucho. La lluvia chocaba en su cara y le hacía sentir muy desprotegida, dirigiéndose inmediatamente al amor de sus padres. Al llegar a casa, Ana se puso a llorar desconsolada en los brazos de su madre.
- ¿Qué te ocurre, Ana? – Pregunta su madre.
- Me da miedo la tormenta, sobre todo los truenos y relámpagos.
- No te preocupes Ana, es algo natural y en casa estás a salvo; nada va a pasarte.
Ana aún no sabía que esa agua y las tormentas que cayeron los siguientes días son muy beneficiosas para la flora y la fauna que vive a su alrededor. Tras unos días cubiertos de lluvias y tormentas, Ana vuelve a salir a corretear por el monte junto con su perrita y lo disfruta mucho, sobre todo viendo unos corzos que estaban tomando el sol en un claro del monte, ¡eran preciosos!
Los días volvieron a la calma, y Ana se dio cuenta de que las tormentas habían sido buenas, más viendo ahora brillar el sol y reflejarse en el verdor de los campos. Un día tranquilo, salió antes del atardecer a coger piñas, unos palos para hacer lumbre y encontró algunas setas y hongos, que pensó llevar a sus padres para venderlas en el pueblo. Volvió a casa muy ilusionada, pero sus padres la estaban esperando con una mala noticia. Nala, su perrita, su amiga y fiel compañera, había fallecido. ¡Pobre Ana! Se sentía profundamente triste, echaba de menos a su buena amiga, y le estaba costando mucho recuperarse y se sentía sola. Sus padres, que no sabían muy bien cómo ayudar, le compraron otra perrita (pensaron que “a rey muerto, rey puesto», a veces “en el reino de los ciegos, el tuerto es el rey”.
A su nueva perrita la llamó Peggy; se decidió por ese nombre porque cuando salía el sol y le daba en la carita, se le llenaba el hocico y la naricita de pecas. Pasó el tiempo, y Ana recuperó la alegría con Peggy. Un buen día, cuando Ana se despertó, se llevó una gran sorpresa… ¡Peggy había tenido seis cachorritos!
Como no podían hacerse cargo de los seis cachorros, empezó a buscarles un dueño, pero no resultó una tarea fácil. Las personas que les adoptaran tenían que ser seres apropiados para cuidarles, pues hay que tener tiempo y paciencia para hacerse cargo de ellos y darles cariño. Ana salía con los cachorros y Peggy a la puerta de casa, donde hablaba con todos sus vecinos para ver si alguno de ellos quería hacerse cargo de uno de ellos. Poco a poco fue regalando todos, dándoles un hogar cálido y cercano al que poder ir a visitarlos. Además de regalarlos, muchos de sus vecinos le contaron historias que la encantaba escuchar, sobre su infancia, los amigos que tenían, sus mascotas… Le gustaba mucho hablar con su vecino Cesáreo, que siempre la contaba muchas historias.
- “Cuando yo era pequeño, mis padres tenían dos o tres perros que eran los mejores para cuidar de las ovejas. Eran preciosos. Me gustaba mucho irme con ellos por el campo, sobre todo con uno al que llamábamos Chaval, que tenía un ojo de cada color. Era el mejor perro del mundo cazando gatos y ratones…”
De todas estas conversaciones e historias que había escuchado, sacó muchos aprendizajes. Se dio cuenta de lo importantes que son los perros para las personas, de cómo nos enseñan a querer y ser queridos. También de lo importante que es que los perros tengan buenos dueños, para ser bien cuidados y educados. También descubrió en estas charlas, que todas las pérdidas son duras, también las de los perritos que nos acompañan en nuestra vida, pero que con el tiempo, y rodeándose de cariño siempre se puede salir adelante.
Después de la tormenta, llega la calma (y el aprendizaje).
¡Qué bonito es querer, y quererse!
Fdo. Grupo SAP Salud Mental Aranda.