A veces, quizás, en muchas ocasiones de nuestra vida, esos pequeños detalles que suceden a nuestro alrededor y a los que no damos importancia, son los que nos hacen darnos cuenta de la realidad.

Hoy compartimos este relato escrito por una Participante del Grupo Familias de Nuestra Asociación, en el que nos hace ver como los pequeños detalles que pasan a nuestro alrededor, a los que no prestamos atención, pueden llegar a ser importantes y fundamentales para darnos ese pequeño empujoncito que en determinadas situaciones necesitamos.

                LA VENTANA

Llevaba un tiempo sumida en la más profunda tristeza, en este tiempo raro vivido, sin poder salir de casa, con el miedo al contagio y con todas las rutinas alteradas, todo estaba haciendo mella en ella.

Se sentía sola, inútil y sin ninguna esperanza. La ventana de su habitación estaba igual que ella totalmente abandonada, con los cristales tan sucios que ni un rayito de luz podía pasar del exterior. Por la habitación reinaba una penumbra malsana que encogía el alma. Así día tras día, se iba agotando, igual que sus ganas de vivir. El tiempo y la dejadez, se iban apoderando de su persona.

A veces la lucidez volvía a ella y aún era peor… El temor se apoderaba de su alma y la soledad la aplastaba como una losa.

Y pasó…un suave golpe en la ventana, como una piedrecita lanzada por alguien, llamó su atención, no veía nada, ¡¡está tan sucia!! Pensó… Volvió a oír el mismo sonido y se estremeció, corriendo se acercó al cristal y tropezó, sus manos chocaron y quedaron marcadas en el polvo del cristal como pidiendo ayuda.

Algo volvió a sonar otra vez en la ventana, con desgana volvió la mirada, el polvo hacía que se vieran aún más esas manos marcadas, esta vez parecían quererla abrazar. ¿Y si esto es una señal? Se dijo en voz alta, o ¿puede que me esté llamando alguien?

La curiosidad hizo que su corazón latiera a un ritmo que desconocía. ¡Voy a limpiar la ventana!, se dijo muy decidida…titubeando, desistió, ¡total para qué, serán imaginaciones mías! Se dejó caer en el sofá y volvió a la dejadez de siempre.

Otro día más en la oscuridad, y otra vez ese crac, crac en su ventana.

Esta vez se armó de valor, cogió un trapo y empezó a quitar el polvo de los cristales, la luz exterior se fue colando tímidamente en la habitación, y al mismo tiempo algo iba cambiando en su estado de ánimo. ¿Qué estaba pasando? Otra vez esos ruiditos en la ventana…esta vez entraba tímidamente algún rayito de sol. La claridad iba poco a poco envolviendo a la mujer que sin pensárselo mucho, abrió la ventana y saco la cabeza para mirar. ¡Se sentía una heroína orgullosa de su esfuerzo!

En el poyete de la ventana como un regalo, un montoncito de piñones la estaban esperando. Sin comprender, una sonrisa nerviosa la hizo cambiar la expresión de su cara…luego, una carcajada de alivio se apoderó hasta de su espíritu. Asomándose descubrió como en el pino que tenía al lado, una pequeña ardilla pelaba y lanzaba los piñones hasta su ventana. La dulzura del momento la hizo comprender que hay mil detalles cada día que disfrutar, montones de pequeñas cosas a las que agarrarse para sentirse viva.

Se pintó los labios, se arregló su pelo y “hermosa”, abrió todas las ventanas de su casa para respirar la vida.

Fdo. María

 

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