Mi familia y yo comenzamos esta aventura con desconocimiento, miedos e inseguridades. Oí hablar de este recurso y esta organización por primera vez a la pediatra de mi hijo, fue ella la que en consulta me habló del programa y de los resultados tan positivos que se están dando en niños-as y adolescentes.
Respiré hondo y con muchas dudas y pocas certezas de saber que el recurso era el adecuado y ajustado a mi hijo, escribí el primer correo para pedir cita.
En nuestra cabeza sonaba muy fuerte las palabras “salud mental”. Palabras llenas de connotaciones negativas, prejuicios, estereotipos y estigmas. Aceptar que tu hijo necesita “sanar su mente” no es fácil en esta sociedad que etiqueta y estigmatiza a la primera de cambio.
Después de esa primera cita con mi hijo, se disiparon todos los miedos y dudas, él estaba contento, aliviado, comprendió que lo que le pasaba no era culpa suya, que le iban a ayudar a que su comportamiento fuera mejor, para estar bien, feliz y satisfecho con él mismo y con los demás. Por fin un adulto fuera del entorno, le escuchaba de verdad y sin juzgarle. Con empatía, profesionalidad, trabajo y constancia, mi hijo sesión a sesión ha encontrado su “refugio”, el lugar donde aprende a canalizar, gestionar y dar sentido a sus emociones. Acude contento cada día, sabiendo que el programa le está ayudando mucho, además de que le satisface enormemente colaborar activamente a ayudar a otros niños-as que asisten al programa.
Muy satisfechos de la experiencia, recomendable cien por cien, su refugio semanal, su píldora de las emociones, va poquito a poquito haciendo efecto y eso nos reconforta, mucho.
Gracias a la profesional del programa, desde luego su trabajo es encomiable, más allá de las sesiones y el trabajo personalizado a cada participante, realiza un seguimiento constante, a disposición de las familias en todo momento. Increíble, muy agradecidos.